Alfred Russell Wallace. Fuente: The Guardian |
Nacido en Gales en 1823, pronto se interesó por las ciencias naturales, y por las grandes exploraciones, que lo llevarían a realizar un viaje por el Amazonas en donde realízó investigaciones sobre flora y fauna y geografía en 1848. Pero el viaje que le inspiró realmente la teoría de la evolución fue el que realizó entre 1854 y 1862 que le llevó al archipiélago malayo. Wallace quedó sorprendido por las diferencias que había entre los animales existentes entre dos zonas divididas por un canal de agua a través del archipiélago, que hoy se conoce como canal de Wallace, y que pasa Bali, Borneo y Las Filipinas, separando los continentes de Asia y Australia. Se dio cuenta de que las especies existentes en ambas regiones eran muy diferentes entre sí, pensaba que las especies que existían en Australia eran más primitivas que las asiáticas, y que si las australianas habían sobrevivido más tiempo, mientras que las asiáticas se habían desarrollado, era porque se habían separado, y concluyó que esto se debía a que las especies sólo puede cambiar a partir de otra que haya existido en la zona, esto es, la selección natural.
Mapa de The Malay Archipelago. Fuente: Wikipedia |
Lo curioso del caso es que tanto Darwin como Wallace habían llegado a la misma conclusión inspirados por la misma obra: Ensayo sobre el principio de la población, de Malthus. Según Malthus, economista inglés, a medida que pasa el tiempo, la población humana tiende a crecer de manera geométrica, mientras que los recursos de los que puede proveerse sólo crecen en proporción aritmética, por lo que tarde o temprano, la población superará irremediablemente los recursos de los que dispone, a menos que sea contenida artificialmente. Si no sucede, entrarán en juego los factores naturales, y la hambruna, epidemias y enfermedades diezmarán la parte más vulnerable de la población, o lo que es lo mismo, Malthus describía los efectos de la competencia por los medios de supervivencia. Ambos fueron capaces de adaptar la teoría económica a la ciencias naturales deduciendo que aquellos animales que se pudiesen alimentar serían los que sobreviviesen y se reprodujesen.
La cuestión es que Darwin llevaba más de una década preparando su libro, y aún habría tardado más si no fuera por una carta que recibió de Wallace en 1858, donde incluía su manuscrito. Wallace y Darwin se escribían con regularidad e intercambiaban impresiones, y en este manuscrito Wallace proponía una teoría de la evolución prácticamente idéntica a la suya, y lo más inverosímil, comentaba cómo Malthus le había inspirado del mismo modo. El hecho de que no fuera el único propietario de la teoría de la evolución, por fin le animó a publicar El Origen de las Especies. Aún así, Darwin presentó el manuscrito ante la Sociedad Linneana de Londres, acreditándolo como codescubridor.
Alfred Rusell Wallace regresó a Inglaterra en 1863 y desde ese momento se convirtió en un ferviente defensor de las teorías de Darwin, y por lo tanto de las suyas, que desde sus primeros momentos ya generó una amplia polémica. En 1869 escribió su principal obra, El Archipiélago Malayo, donde relata sus viajes, experiencias y estudios que realizó durante su viaje y que dedicó al propio Darwin.
Murió en 1913 a la edad de 90 años, con un gran reconocimiento en su momento y que se ha ido diluyendo con el paso de los años, y aparte de sus trabajos en la teoría de la evolución, Alfred Rusell Wallace también destacó en otros campos científicos y como un gran activista social, luchando contra el racismo y en defensa de la clase trabajadora. Pero esto ya es otra historia.